Parroquia
de San Agustín (Barcelona), 22 marzo 2014
IGNASI MIRANDA GIMÉNEZ-RICO
INTRODUCCIÓN:
Agradezco de todo corazón a las hermandades
y cofradías de Barcelona, especialmente a la de Jesús del Gran Poder y la Esperanza
Macarena, la confianza y la amistad que conlleva el encargo de pronunciar este
pregón que es como el pórtico de la Semana Santa 2014.
La vivencia de la Semana Santa es para mí
el contacto más directo y más próximo con el Dios encarnado en Jesucristo. Es esa
fe que tenemos, que intentamos razonar y que llevamos dentro aunque a veces sea
débil, pero una fe vista en imágenes. Pienso que es muy importante la palabra
“Imagen”, porque la piedad popular que ayuda a vivir los días más importantes
del calendario cristiano encuentra en las imágenes, en las representaciones del
misterio del Dios Encarnado, un magnífico instrumento para que todos nos acerquemos
a él, al Padre que nos ama y que se ha hecho hombre como nosotros. Jesús, aquél
que es hombre como nosotros, sufre la persecución, la crueldad de un juicio
injusto y la muerte en la cruz entre humillaciones, mofas, agresiones y todo
tipo de desprecios. Pero esa humillación humana, que nos transmite sensación de
fracaso, de tragedia y de debilidad o de final de una existencia, no la
conmemoraríamos ni la celebraríamos en la liturgia, en las procesiones o en las
oraciones si no fuera porque ese Jesús derrotado después triunfó, resucitó.
Con este pregón, quiero expresar, como
cristiano de base que soy, como padre de familia y como hombre limitado y
pecador, 7 reflexiones que han surgido a partir de algunas de las vivencias
personales que he tenido desde pequeño y hasta ahora mismo. He repasado
interiormente la película de mi vida, y ahora no os la contaré toda,
evidentemente, pero sí que os transmitiré estos 7 puntos que quizás se han
hecho también presentes en la vida de muchos de vosotros:
1- Que matasen a Jesús.
2- El mensaje de las palabras “Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” pronunciadas por el Jesús agonizante.
3- La dimensión sagrada de misterio que
incluye la realidad de un hombre enviado por Dios pero que sufre la muerte en
la cruz.
4- La piedad popular a partir de la
Palabra revelada y la tradición de la Iglesia.
5- La presencia pública de la fe en la
Semana Santa dentro de una sociedad plural como la nuestra.
6- La victoria de Jesús sobre la muerte
con su resurrección.
7- La fuerza que da la vivencia de la
Semana Santa a esa fe que todos podemos tener pero que muchas veces se
tambalea.
1-
EL HECHO DE QUE MATASEN A JESÚS
En primer lugar, debemos recordar que la
Semana Santa no es sólo la conmemoración de unos hechos que se produjeron hace
poco más de 2.000 años. Es sobre todo la vivencia y la actualización de un
acontecimiento que no ha terminado y que, por tanto, perdura en nuestros días,
en nuestras familias, en nuestras comunidades y en nuestra realidad presente.
Perdura y sigue vivo precisamente porque Jesús está vivo. resucitó, como
también recordaré más tarde. Esta es la esencia de la fe cristiana.
Yo recibí la fe de mis padres, a través
del Bautismo y de la transmisión natural de los fundamentos de esta fe.
Recuerdo muchos mensajes y muchas explicaciones. Me impresionó mucho cuando
supe que mataron a Jesús, al Dios con nosotros. Es muy fuerte esto. Lo mataron.
Ya desde entonces, empezaban los análisis y las hermenéuticas o
interpretaciones sobre todo aquello, primero desde la sensibilidad infantil y
progresivamente como un adolescente, un joven y finalmente como un adulto que
llega a ser padre de familia. Matar a alguien siempre es injustificable. Esto
lo tenemos muy claro en este mundo nuestro que, pese a todas las perversiones,
busca globalmente, más allá de las creencias, la paz y una ética universal.
Pero a la hora de pensar en la muerte
violenta de Jesús, yo intentaba desde que era un niño buscar las claves de todo
ello. Recuerdo a alguno de mis hermanos y también a mi padre y mi madre, que en
paz descanse, cuando me decían: “Lo mataron porque le tenían envidia, porque
era bueno, porque muchos pensaban que quería ser un rey con poder en el mundo y
no entendían que su poder era el de Dios...”. Recuerdo un pensamiento infantil
mío: “¡Qué malos eran aquellos hombres! ¡Cómo puede ser que mataran a Jesús, el
hijo de Dios!”. Recuerdo una frase familiar de mi madre: “¡Mataron a Dios pero,
como era Dios, el final no podía ser la muerte. Por eso resucitó!”. Esta y
otras ideas iban ayudándome después a matizar toda la visión de este gran
misterio. No es una división entre judíos malos y cristianos buenos, sino entre
los que entendían quién era Jesús y quienes no lo entendieron. Pero por mucho
que queramos analizar y comprender históricamente todo el acontecimiento, el
hecho que matasen a Jesús forma parte del plan de Dios sobre la humanidad.
“Se dejó matar”, me decía una vez uno de mis
hermanos cuando yo tenía sólo 6 años. Yo me he preguntado muchas veces después,
como seguro que lo habéis hecho también muchos de vosotros: ¿Y por qué se dejó
matar? Humanamente tuvo momentos de debilidad, cuando pedía al padre que le liberase
del trance, y en algún momento más tarde dijo, por ejemplo, que su Reino “no es
de este mundo” o que tenía “sed”. Entonces, ¿por qué no se defendió con más
fuerzas humanas para evitar la muerte violenta? La respuesta también forma
parte del núcleo de nuestra fe: Jesús se dejó matar para redimirnos, para
liberarnos del pecado y, sobre todo, porque nos ama, por amor. ¡Qué tesoro más
grande!
Recuerdo la irrupción, en mi casa, de la película
Jesucristo Superstar. Sin despreciar
mi contacto con las Sagradas Escrituras, fundamento principal de la Revelación,
aquella película, con un disco de las canciones que le regalaron a mi hermana mayor,
fue muy pedagógica para mí. Recuerdo una especie de catálogo con imágenes y
pequeñas explicaciones que, junto con la música, me ayudó a entender, por
ejemplo, quién era Anás, quién era Caifás, cómo la gente que conoció a Jesús
estaba dividida entre quienes lo seguían, lo conocían bien, y aquellos que
asumían como propio el rechazo expresado en las reuniones del Sanedrín y en los
hombres que decidieron condenarlo porque pensaban que todo lo que hacía Jesús
no era un perfeccionamiento y un replanteamiento positivo de la ley judía, como
lo entendemos nosotros los cristianos, sino una intromisión inaceptable y una
violación de los preceptos.
Por otro lado, en el segundo año de
preparación para mi Primera Comunión, recuerdo la explicación didáctica de la
catequista sobre la Pasión y muerte de Jesús en la cruz. Fue especialmente
impactante para mí la escena de la triple negación de Pedro, después de que el
mismo Señor le había dicho que eso se produciría. Me hizo pensar: Dios conoce
bien nuestras debilidades, aunque nosotros somos libres y podemos mejorar,
siempre con la ayuda de Dios, pero desde nuestra libertad. Tenemos dada esta
libertad. Impresionante el ejemplo de Pedro, porque nosotros también actuamos muchas
veces como él. En definitiva, la presencia de la realidad de la muerte violenta
de Jesús en la cruz es un impacto ya no sólo en mi vida, ciertamente, sino en
todas nuestras vidas. Nos sacude, nos remueve y, al mismo tiempo, nos permite
acercarnos a la dimensión sagrada de este misterio al cual todos podemos
acercarnos desde las limitaciones humanas.
2-
LA FRASE ‘DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?’
Os propongo ahora una pequeña reflexión
sobre una frase que forma parte de las 7 palabras de Jesús en la Cruz. Es la
que dice: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Recuerdo estas
palabras de la película Jesucristo
Superstar, donde también salían la frase ‘Hoy estarás conmigo al paraíso’ y
también la definitiva, antes de expirar, cuando dice: “Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu”. Yo entiendo el grito “Dios mío, Dios mío, ¿por qué
m’has abandonado?” como un signo de debilidad con el cual Jesús se ve como
nosotros. Yo diría que es como el sustituto del pecado, porque precisamente
Jesús experimenta la condición humana igual que nosotros en todo excepto en el
pecado. Es la soledad que todos experimentamos en los peores momentos, cuando
nuestra fe se tambalea o cuando nos vemos desbordados por los comentarios que
cuestionan o niegan a Dios porque permite el mal. Se preguntan: ¿Cómo puede que
un Dios omnipotente y que nos ama permita el mal del mundo, el hambre, las
guerras o el sufrimiento en general? Estos comentarios nos los transmite
constantemente nuestra sociedad, y son siempre muy respetables, pero es
evidente que están alejados de la fe. Pues bien: ¿Cuál es, pues, la respuesta
de los creyentes? La respuesta a esta pregunta se encuentra precisamente en la
cruz de Cristo, que muere por nosotros, porque nos ama. Entonces, las palabras
de Jesús, cuando exclama “Dios mío, Dios mío, ¿por qué m’habéis abandonado?”,
nos dicen que no es que Jesús recrimine al Dios Padre que le haya dejado en
manos de unos malhechores. Son sobre todo la máxima expresión del Dios que se
hace como nosotros.
Podemos recurrir a la narración de Mateo,
en el capítulo 27, porque es el relato de la Pasión que proclamaremos este año
el Domingo de Ramos, dentro de tres semanas. Dice así: “Desde el mediodía hasta
las tres de la tarde, se extendió una oscuridad por toda la tierra. Y hacia las
tres de la tarde, Jesús exclamó con toda la fuerza: Elí, Elí, ¿lemà sabactaní?,
que quiere decir ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’. Al oírlo,
algunos de los que estaban allí decían: Llama a Elías. Enseguida uno de ellos
corrió a tomar una esponja, la empapó de vinagre, la clavó en una caña y se la
daba para que bebiera. Los demás decían: ¡Déjalo, a ver si viene Elías a
salvarlo! Pero Jesús volvió a gritar con toda la fuerza, y exhaló el espíritu.
Entonces, la cortina del santuario se rasgó en dos trozos de arriba abajo, la
tierra tembló, las rocas se rompieron, los sepulcros se abrieron, y muchos
cuerpos del santos que reponían resucitaron, salieron de los sepulcros y, tras
la resurrección de Jesús, entraron a la ciudad santa y se aparecieron a muchos.
El centurión y quienes con él custodiaban a Jesús, viendo el terremoto y todo lo
que había pasado, tuvieron mucho miedo y decían: “Verdaderamente éste era el
hijo de Dios”. (Hasta aquí el fragmento evangélico).
Impresionante esta narración, donde se ve,
a través de una teología escatológica, una expresión del diálogo entre el Cielo
y la Tierra, entre Dios y los hombres. Es de alguna manera lo que pretende
Antonio Gaudí con la construcción del templo de la Sagrada Familia: poner
delante del mundo la expresión más fiel, humanamente posible, de toda la
historia de la salvación, en este caso en la joya arquitectónica sobre piedra
que todos conocemos más o menos. Recuerdo que un día mi madre me dijo cuando yo
tenía 6 años: Esta última frase, “verdaderamente éste era el hijo de Dios”,
estoy segura de que la pronunciaron muchos de los que mataron a Jesús. Aquí
queda también para nuestra reflexión hoy. Pues bien: El “Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has abandonado?” es también esto: el diálogo entre el Cielo y la Tierra,
a menudo cortado por el drama de la increencia, el pecado y la debilidad
humana.
3-
EL MISTERIO DE DIOS CON NOSOTROS: LO SAGRADO Y EL SENTIDO DE LA CRUZ
Llegados a este punto, en este momento del
pregón, quiero explicar dos elementos que nos ayudan a entender todo lo que
vivimos en la Semana Santa. Son la dimensión sagrada del acontecimiento y el
propio misterio. Todo aquello que es sagrado está expresado por todas esas
imágenes que nos cuentan lo que pasó hace poco más de 2.000 años, mientras nos
ayudan a actualizar los hechos. Recuperemos, pues, el concepto de imagen que
nos ocupa esta tarde. Jesús del gran poder, Jesús flagelado en una columna donde
lo azotaban, Jesús cargando la cruz, la Virgen María dolorosa.... Todas las
imágenes, éstas y otras muchas, que llevamos en las carrozas de las
procesiones, como también todas las que veneramos u observamos en los templos,
muestran la dimensión sagrada de lo que vivimos, que no es otra cosa que un
misterio, el misterio. Por tanto, el misterio es el contenido profundo de un
acontecimiento, la muerte y resurrección de Cristo, que da sentido a nuestra
fe. Y desde una mirada limpia, como si fuéramos observadores, de acuerdo con lo
que dicen los fenomenólogos de la religión, podemos asegurar que estas imágenes
sagradas nos ayudan no a entender completamente el misterio, porque viene de
Dios y nosotros no somos Dios, pero sí a acercarnos a él. Cuanto más entremos
en la dimensión sagrada de las imágenes, cuanto más sintonicemos con ellas,
cuanto más les dediquemos piropos, más cerca estaremos de ese misterio que es
el Dios encarnado en Jesucristo, muerto en la cruz y después resucitado.
La cruz, precisamente por el impacto
humano que provoca, se ha convertido a lo largo de los siglos en la principal
imagen de la fe cristiana. No es que los creyentes o los observadores de los
fenómenos religiosos quieran recrearse en el sufrimiento u observar a Jesús
muerto en una especie de curiosidad morbosa. Simplemente lo que pasa es que la
cruz, que es finalmente victoriosa, constituye el apoyo icónico más
representativo de todo aquello que los seres humanos tenemos en la vida: muchas
frustraciones, muchas tristezas, muchos sufrimientos y muchas decepciones.
También tenemos muchas alegrías y muchas liberaciones, pero todos se alimentan
con eso que mi madre me decía que era la gran “escuela del sufrimiento”. Esto
explica que muchos de los principales actos de piedad tengan la cruz como
centro: la adoración de la cruz, el Via Crucis y la presencia a las procesiones
del Cristo crucificado, honrado con las vestiduras propias de quienes homenajean
a sus héroes caídos. La cruz, con las imágenes asociadas a ésta de Cristo
muerto y humillado, es el sufrimiento de los hombres de hoy y de todos los
tiempos.
4-
LA PIEDAD POPULAR A PARTIR DE LA PALABRA REVELADA Y LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA
La Pasión según San Juan, que es la que
proclamamos en la liturgia del Viernes Santo, ofrece riquísimas imágenes,
siguiendo la terminología propia de este pregón, unas imágenes especialmente
reveladoras por ejemplo cuando Jesús comparece ante Pilato. Mi padre, Ezequiel
Miranda, aquí presente, confiesa en su libro titulado Crónica-diario de un viaje a la tierra de Jesús, que tiene un
sentimiento de compasión hacia Pilato sólo porque, con su actitud, intentó
defender al Maestro. Hasta tres veces, según el relato de San Juan, dijo Pilato
esta frase tan conocida: “Yo no le encuentro nada para poderlo inculpar”. Tres
veces. ¡Qué número tan significativo para nuestra fe cristiana! ¡El 3! Al
margen de esto, la escena de Jesús ante el gobernador, que representaba el
poder romano, muestra cómo la voluntad de Dios predomina claramente sobre la
voluntad de los hombres. Parecía que todo se ponía en contra de la ejecución de
Jesús. Los judíos no tenían permitido hacerlo, Pilato estaba en contra y Jesús
hace un cierto razonamiento, a sabiendas de como acabaría todo, cuando dice que
su “realeza no es de este mundo” y que, “si fuera de este mundo”, sus hombres
“habrían luchado” para que él “no fuera entregado a los judíos”. ¡Qué frase más
razonable! Pues bien, pese a esto, el dictamen del Sanedrín y la presión
popular que pedía que lo crucificaran determinaron la suerte de Jesús.
Confieso que me emocioné muy cuando conocí
algo más de todo este gran acontecimiento al ver por primera vez, en el año
1984, la Pasión de Esparreguera, esta conocida representación teatral tan bien
hecha y que es, en realidad, toda una ventana abierta, un escenario abierto al
misterio central de nuestra fe. La escenificación del paso de Jesús ante Pilato
me conmovió, aquella primera vez, cuando yo tenía 14 años, y las otras veces
que he visto esta obra, tanto en Esparreguera mismo como también en Olesa, uno
de los pueblos que también la acogen y la organizan.
La Iglesia, con sus enseñanzas y su tradición,
no deja de guiarnos en el camino de acercamiento a este misterio a través de la
vinculación con las imágenes que lo explican y lo revelan de alguna manera. Juan
Pablo II decía en Madrid, en su última visita a España el 3 de mayo de 2003,
que la fe se propone y no se impone. Esta afirmación, que conecta muy bien con
nuestra sociedad plural de hoy, explica muy bien el significado de las imágenes
de Semana Santa, porque ofrecen dulcemente, respetando la libertad de cada uno,
el gran tesoro que tenemos y que es fruto del encuentro con Jesús que hemos
tenido personal y comunitariamente millones de personas en los últimos 2.000
años.
El Papa Francisco, en la exhortación
pastoral Evangelii Gaudium (La alegría del evangelio), nos propone
varias reflexiones y interpelacions sobre la piedad popular y sobre la cruz. En
el punto 85, citando la segunda carta de San Pablo a los Corintios, nos dice
que “la fuerza se manifiesta en la debilidad”. Añade el Santo Padre que “el
triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es
bandera de victoria, que se lleva con una ternura combativa ante los desafíos
del mal” (fin de la cita). Por lo tanto, Francisco utiliza el dualismo
victoria-derrota, pero no con el lenguaje de la guerra, sino con el de la paz.
Es el lenguaje de Jesús cuando pide a Pedro que esconda su espada con la cual
había cortado una oreja a un soldado que quería atacar al Señor. Jesús incluso
hace su último milagro antes de morir en la cruz, y cura a este hombre de la
herida en la oreja. Interesante mensaje, por cierto, éste de Jesús a favor de
la no violencia. En el punto 86 de la misma exhortación postsinodal, el Papa
actual también nos dibuja una pauta para comprender la cruz. Es cuando habla
del desierto entendido como el lugar o la etapa de la vida en la que redescubrimos
el valor de lo esencial para vivir. Y con este punto de partida, concluye que
“a veces el cántaro se convierte en una dura cruz, pero fue precisamente en la
cruz donde, traspasado, el Señor se nos entregó como fuente de agua viva”.
Y aún dos puntos más de la Evangelii Gaudium del Papa Francisco me
parecen muy sensibles a la gran realidad de la piedad popular dentro del tejido
de la familia cristiana. En el 90, recuerda que “las formas propias de la
religiosidad popular son encarnadas, porque han brotado de la encarnación de la
fe en una cultura popular”. Y en el 91, vuelve a situar la cruz como la mejor
garantía para la unión fraterna. Muchos de vosotros sois miembros de hermandades
y cofradías, y el Santo Padre os dice, como nos dice a todos, que “hay que
ayudar a reconocer que el único camino consiste en aprender a encontrarse con
los demás desde una actitud adecuada, que es valorarlos y aceptarlos como
compañeros de camino, sin resistencias internas”. Francisco, en definitiva,
quiere que nos abracemos a la cruz de Cristo para acabar con los
enfrentamientos y las divisiones entre lo que somos todos nosotros: hermanos.
5-
LA PRESENCIA PÚBLICA DE LA FE EN UNA SOCIEDAD PLURAL
La sociedad es plural. En esta sociedad se
manifiesta la fe del pueblo a través de las actividades propias de la Semana
Santa. Este principio básico puede ser estudiado desde diferentes visiones,
pero muestra que el concepto de pluralismo es el principal aglutinador de la
sociedad, que no tiene, por tanto, una mejor definición global que ésta. Si
hablamos de diversidad religiosa, entiendo que la definición de “plural” es,
cuando nos referimos a la sociedad, mucho mejor que la de “laica”, “no
religiosa” o incluso “aconfesional”. Según el gran sociólogo Joan Estruch, “una
sociedad plural es aquella en la cual coexisten diversos sistemas de
legitimación, en igualdad de condiciones, sin que ninguno de ellos pueda
aspirar a imponerse de manera hegemónica en régimen de monopolio”. En esta
línea, pone los ejemplos de Ramon Llull y el historiador británico Edward
Gibbon para demostrar que, en realidad, el pluralismo no es un fenómeno sólo de
nuestro tiempo, sino que, en diferentes expresiones, ya existía antes. Eso sí,
ahora es más generalizado.
Según Joan Estruch, en Estados Unidos, el
pluralismo es más puro, porque allí predomina más la cultura de elegir entre
varias opciones, siguiendo el modelo de mercado que planteaba Peter Berger, un
hombre que ve “una oferta muy diversificada en el suministro de productos
religiosos”, algo que pone a la persona en el papel del consumidor. Además,
Joan Estruch dice que “esta competencia recíproca intensifica algunos de los rasgos
básicos del fenómeno de la privatización de la religión”, puesto que considera que
la creencia religiosa es “una cuestión de preferencias”. En mi opinión, este
punto de vista se contradice con dos realidades: que la creencia religiosa
tiene una dimensión pública incuestionable, porque se expresa en libertad y
precisamente en pluralidad, y que en Estados Unidos es muy frecuente oír cómo
el mismísimo presidente y numerosos dirigentes políticos y sociales invocan el
nombre de Dios en actos igualmente públicos.
Sobre Cataluña, Estruch sitúa “el peso de
nuestra herencia cultural y la desproporción entre la Iglesia católica” y otras
confesiones para defender la idea de que, en nuestro país, la pluralidad viene
marcada por la posibilidad de decir “sí o no al antiguo monopolio religioso del
catolicismo” y, en consecuencia, no tanto por la posibilidad de abrazar una
confesión u otra, opción que naturalmente también existe. Por otro lado, según
Joan Estruch, “la aparición del pluralismo ha supuesto un incremento muy
notable del fenómeno de la indiferencia religiosa” en una Cataluña que, desde mi
punto de vista, vive unos momentos concretos, heredados de unas últimas décadas
donde la dictadura franquista dejó la huella de lo que podríamos calificar de
catolicismo “obligatorio”. Ahora estamos superando aquella huella, y vamos
encontrando una ubicación más natural de la piedad popular y de otras maneras
de manifestación pública de la fe.
Estoy de
acuerdo con Estruch en la idea de que el pluralismo religioso en Cataluña
es diferente al de Estados Unidos. Ahora bien, discrepo en la visión dialéctica
“religión católica” versus “otras creencias”. Entiendo que el pluralismo no es
como los buzones de las comunidades de vecinos, donde todo el mundo tiene
exactamente el mismo espacio. En una sociedad determinada que vive en libertad,
como es el caso de la catalana actualmente, no todas las religiones (que serían
en este caso los “buzones”) tienen el mismo peso, sencillamente porque hay una seguida
por centenares de miles de personas (la católica), otra a la cual pertenecen decenas
de miles (la protestante o evangélica reformada en sus diversas ramas) y otra donde
también son unos cuantos miles sus miembros (en este caso la musulmana). Aquí
podríamos añadir el ateísmo y la indiferencia, que ciertamente han ganado peso.
El resto son siempre igualmente respetables, pero ya más minoritarias. Esto es
así por muchas razones, sobre todo históricas, de raíces culturales y de
tradición.
Igual que, en una familia, no podemos
exigir al padre y la madre que ofrezcan a los hijos un mosaico de religiones, para
que elijan una libremente, tampoco podemos concebir la sociedad del pluralismo
religioso como la del “busque, compare y si encuentra otra de mejor, cómprelo”.
En todas las creencias, existe el principio de transmisión de la fe y de unos
valores de generación en generación, y esto entiendo que es digno de ser
defendido siempre que se haga pacíficamente, sin coacciones, y si los poderes
públicos garantizan mientras tanto una sociedad que viva en libertad.
Toda esta pequeña presentación sociológica
es muy útil para hacer aterrizar en el momento presente, en nuestras calles,
nuestros locales y nuestras iglesias, toda la vivencia del gran acontecimiento
de la vida, pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Este
gran acontecimiento no necesariamente debe ser compartido por todo el mundo,
dentro de la pluralidad de la sociedad, pero sus creyentes sí que tienen
derecho a ofrecerlo, a proponerlo, como un tesoro que no es sólo personal, sino
también compartido y sobre todo vivido en comunidades, en familias, en hermandades,
en asociaciones, en movimientos, en parroquias y en otras muchas realidades.
Y para cerrar este quinto punto del
pregón, partiendo del principio de que la sociedad es plural y no laica, quiero
recordar que existe una laicidad positiva, que no es lo mismo que el laicismo.
Yo entiendo que la laicidad es la neutralidad que los poderes públicos y la
sociedad civil asumen en relación con las religiones, es decir, lo que
garantiza que no hay una “religión oficial”. En cambio, el laicismo es una
corriente social e ideológica que pretende reducir el hecho religioso sólo al ámbito
privado. En otras palabras, pienso que el pluralismo va unido a la laicidad, no
al laicismo. Precisamente una expresión de laicidad positiva, la de la colaboración
entre las administraciones públicas y las confesiones religiosas, es precisamente
esta actividad, con el Pregón de Semana Santa de la Ciudad de Barcelona, el
concierto de marchas procesionales y después la entrega de los Premios
Inmaculada en el Ayuntamiento. La capital catalana asume como propia en su
conjunto la sensibilidad de muchas personas que creen en Jesucristo y expresan
su fe de manera pública. Es un punto de encuentro que no sólo no excluye, sino
que refuerza, tanto la neutralidad de las administraciones públicas como la
pluralidad religiosa y cultural de la sociedad.
6-
EL SENTIDO DE TODO EL ACONTECIMIENTO: CRISTO RESUCITA
Todo lo que estoy diciendo yo ahora, todo lo
que escuchamos y expresamos en esta tarde y de hecho la propia organización de
la actividad, no tendría ningún sentido si Cristo no hubiera resucitado. No
tendría tampoco ninguna razón de ser que nos encontráramos para celebrar la Eucaristía,
que organizásemos procesiones con nuestras carrozas y carretas por la calle o
que nos reuniéramos en silencio en las Horas Santas de Semana Santa, por poner
sólo algunos ejemplos. Podríamos decir, siguiendo las palabras del inicio del
pregón, que esta película o esta obra de teatro basada en hechos reales tiene
un final feliz. Pero en realidad no es un final. Precisamente porque Jesús
resucita, es decir que vuelve a la vida, aquel acontecimiento divino, y al
mismo tiempo humano, es un punto de partida donde el gran protagonista es el
Espíritu Santo, que se manifestó sobre los apóstoles tras la resurrección y la
persona entregada por el mismo Jesús resucitado a los apóstoles, cuando les
dice “¡Recibid el Espíritu Santo!”.
El Espíritu Santo, tercera persona de la
Santísima Trinidad y referente principal del amor de Dios, aparece también en la
exhortación apostólica Evangelii Gaudium
del Papa Francisco. En el apartado 122, el Santo Padre define la piedad
popular, dentro de su fuerza evangelizadora como “una realidad en permanente
desarrollo y en la que el Espíritu Santo es el agente principal”. Un poco más
adelante, en el punto 125, pone algunos ejemplos de contemplación de imágenes o
encendido de cirios para recordar que “quen ama al santo Pueblo Fiel de Dios no
puede ver estas acciones solamente como una búsqueda natural de la Divinidad.
Son (añade) la manifestación de una vida teologal animada por la acción del Espíritu
SanSanto que ha sido derramado en nuestros corazones”, como también dice San
Pablo en el capítulo quinto de la carta a los Romanos. El Papa concluye este apartado
sobre la fuerza evangelizadora de la piedad popular asegurando, en el apartado
126, que las expresiones de esta piedad popular “tienen mucho que enseñarnos y,
para quien sabe leerlas, son un lugar teológico al cual debemos prestar
atención, particularmente a la hora de pensar en la nueva evangelización”.
Hasta aquí estas pequeñas citas de la Evangelii
Gaudium.
San Pablo nos lo recuerda muy claramente
en el capítulo 15 de la primera carta a los Corintios. Dice así: “Si Cristo no
hubiera resucitado, vuestra fe no tendría sentido, todavía estaríais sumergidos
en vuestros pecados. Además, quienes han muerto creyendo en Cristo estarían
perdidos sin remedio; si la esperanza que tenemos puesta en Cristo no va más
allá de esta vida, somos los que damos más pena de todos los hombres. Pero la
verdad es que Cristo ha resucitado de entre los muertos, el primero de entre
todos los que han muerto” (fin de la cita). Las hermandades y cofradías, que
organizan nuestras procesiones con imágenes del Jesús que sufre, de su madre
María que lo consuela y llora a su lado y de tantas otras escenas de este gran
acontecimiento, no tendrían sentido si Cristo no hubiera resucitado, como no
tendría ninguna razón de ser tampoco la caridad que practican, la fraternidad
que fomentan y la alegría que transmiten, pese al dolor que ciertamente también
todos compartimos al meditar sobre la humillación, el desprecio y la muerte en
cruz de nuestro Señor. Nosotros, como los apóstoles, habiendo resucitado con
Cristo, oramos, actuamos y en definitiva vivimos para buscar lo que es de
arriba, aunque vivamos aquí en la tierra y propongamos el tesoro de la fe en el
espacio público, en la calle.
7-
LA SEMANA SANTA, MOMENTO FUERTE PARA LA FE
Dios nos ama. Cristo nos ama y nos ha
lavado con su sangre. Ésta es, por decirlo así, la maravilla de las maravillas.
¡Creer en un Dios que nos ama! La Semana Santa es precisamente esto: conectarnos
más intensamente con el amor de Dios en Jesucristo. El Domingo de Ramos, que es
el primer día, conmemoramos y revivimos la entrada triunfante de Jesús en
Jerusalén, no como los grandes héroes de poder que fabrica nuestro mundo, sino
como el rey de la paz y el amor. El diácono decano de la archidiócesis de
Barcelona Josep Urdeix dice, en el libro Dietario
de Semana Santa, publicado esta misma semana, que “llega un momento en que
esta imagen (la imagen triunfante) da un giro” porque “tenían que cumplirse las
escrituras”. Ciertamente tras el Domingo de Ramos, entramos en unos días de
invitación a la contemplación, a la oración, a la vivencia de la fe, a la salida
de las procesiones, al Via Crucis y otros actos de piedad, a las celebraciones
litúrgicas y a la caridad.
El Jueves Santo, día del amor fraterno,
cenamos con Jesús como aquellos apóstoles que recibieron el encargo específico
de llevar por todo el mundo su cuerpo y su sangre, bajo las especies del Pan y
el Vino: “¡Haced esto en memoria mía!” El Viernes Santo participamos en el Acto
Litúrgico de la Pasión y Muerte de Jesús. Nos adentramos en todo lo que pasó y
lo actualizamos a través del relato evangélico de San Juan, rezamos juntos con
todos los cristianos del mundo (en una plegaria universal única y que adquiere
gran importancia), adoramos la cruz, oramos como Jesús nos enseñó, con el Padre
Nuestro, y comulgamos de la reserva eucarística consagrada el día anterior. Después,
el silencio del Sábado Santo da paso al gran gozo de la Vigilia Pasqual y de la
celebración del Domingo de Pascua, el primero de un tiempo que es tan
importante y tan alegre, que no sólo es una fiesta de un día, sino de cincuenta
días.
Durante los días de la Semana Santa, las
procesiones, los Via Crucis, las horas santas, los ratos de reflexión y otras
muchas expresiones de una fe compartida forman parte de la vivencia de este
momento fuerte. No es un recuerdo, sino una actualización. Jesús muere y
resucita por nosotros. Nos amaba hace 2.000 años y nos sigue amando ahora. Vive
con nosotros y entre nosotros ahora mismo, después de su resurrección divina y
humana. El libro Dietario de Semana Santa,
del diácono Josep Urdeix y editado por el Centro de Pastoral Litúrgica, os lo
recomiendo hoy especialmente porque ofrece una combinación muy buena de oración,
reflexión y pensamientos espirituales, personales, teológicos e incluso
sociales y populares también. Al final, en una especie de conclusión breve,
Mosén Urdeix recuerda que ser cristianos no es sólo una realidad y un
llamamiento para la Semana Santa. Más allá de estos días intensos (dice),
“intentemos no olvidar que, a la gracia de Dios, que nos ha hecho cristianos, y
velando para que ninguna circunstancia ahogue esta gracia, es necesario que
añadamos nuestro modesto esfuerzo, para que nuestra vida cristiana, nuestra
profesión de fe en Cristo y nuestra participación en los sacramentos que la
madre Iglesia nos ofrece asiduamente nos hagan agradables a los ojos de Dios
todos los días y todas las horas que él nos dé de vida” (fin de la cita).
Os propongo, para terminar, una breve
oración que, al compartirla todos juntos hoy aquí, puede ser un preludio
espiritual para la Semana Santa. Dice así:
Buen
Jesús, ¡danos fuerzas para afrontar todas las situaciones difíciles
y
para recordar y socorrer a aquellas personas que necesitan consuelo, alegría
o
simplemente una ayuda ocasional!
Tu
triunfo desde la cruz, Señor, es el de un hombre
valorado
y aplaudido por mucha gente
y
también despreciado por una parte de la humanidad.
Nosotros
nos unimos al único grito: ¡Hosanna en el cielo!
Confiamos
en ti, Padre. ¡Acompáñanos durante toda nuestra vida!
¡Gracias
por el abrazo que nos ofreces cada año
coincidiendo
con el inicio de la Semana Santa!
¡Gracias
porque nos permites entender el misterio de tu muerte
en
la cruz encomendando tu espíritu a las manos del Padre!
¡Gracias
por la vida nueva que nos traes
desde
tu humanidad sometida al martirio y al sufrimiento!
¡Haz,
Señor, que ser cristianos sea para nosotros una fuente
De entusiasmo
y esperanza! Amén.
Celebramos la Semana Santa, que es el puente
entre la Cuaresma y la Pascua, porque pone ante nuestros ojos, nuestra mente y
nuestro corazón todo aquello que da sentido a los sufrimientos y a las alegrías,
a la realidad de la muerte y la esperanza en la resurrección. La fe y la
vivencia de este gran acontecimiento llenan de sentido las realidades de la
vida humana, donde probamos el bien y el mal y donde tenemos momentos buenos y
momentos malos. Siempre con la ayuda de Dios, podremos ofrecer al mundo la auténtica
imagen de la Semana Santa: la del amor, la paz y la alegría encarnada y
arraigada en todos y cada uno de nosotros.
¡Muchas gracias!